Un descarnado relato marginal

 El lado oscuro del sistema  

JenniferL

    De tanto en tanto, el cine norteamericano independiente entrega una película tan rotunda y asombrosa como Winters’ bone, estrenada en la Argentina como Lazos de sangre. Desde la primera toma, el espectador intuye que se encuentra frente a algo diferente.

    Esta excursión descarnada hacia la marginalidad rural tiene, entre sus muchas virtudes, la de evitar el juicio moral de sus protagonistas. Bastante tienen estos hombres y mujeres con lo que son. Desclasados, expulsados del sistema o simplemente lúmpenes, deambulan por la vida orillando el delito o directamente dentro de él. 
     Sin embargo, toda regla tiene su excepción. En Winter´s bone es la joven Ree Dolly, a cargo de sus dos pequeños hermanos y de una madre que ha perdido la cordura, que por motivos que no revelaremos aquí debe tratar de ubicar a su padre. 
      El entramado de la película, la consistencia de los personajes, los diálogos lacónicos, dolientes como el azote de un látigo, denotan un origen literario. Lo hay: la novela homónima de Daniel Woodrell , sobre la cual la directora Debra Granick y la guionista Anne Rosellini elaboraron un libro cinematográfico que cualquier (buen) escritor querría firmar.
      Hay otro imán arrollador: Jennifer Lawrence, 19 años, encargada de ponerse en la piel y el alma de Ree en ese viaje del cual emergerá distinta. Sin el menor exceso, desprovista de tics, dando a cada gesto el valor del oro, esta joven bellísima compone un personaje inolvidable, en el que habrá que hurgar bien en el fondo de sus durezas para encontrar sus territorios más tiernos, casi amables. 
      Winter´s bone es una lacerante radiografía de los intestinos ocultos de un país mentiroso por naturaleza –sobre todo desde el cine- y cínico por conveniencia política. Definido magistralmente por un gigante literario, Henry Miller en Trópico de Cáncer: “Estados Unidos es sólo una ilusión”.
       No está la impostada y radiante belleza light de Sex and the city o subproductos similares. El film está en las antípodas de ese anticine. Sin recursos rimbombantes, en esta película aparece gente que no tiene ni siquiera para comer, y buitres con forma humana que trafican con la vida y también con la muerte.
       El gran acierto de la directora Debra Granick es no subrayar ni apostrofar. Se dedica a contar, a retratar usos y costumbres, y lo hace de manera formidable. En la escena del lago –terriblemente inolvidable- ratifica que la mesura no es enemiga del sentimiento, y que una pizca de bienvenido pudor, en algunos momentos, beneficia al buen cine. El impacto fácil, justamente, es sencillo; conmover genuinamente es mucho más difícil.

* Carlos Algeri es periodista y escritor, y creador del blog www.cibercaminos.blogspot.com 

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