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Volvió la flauta mágica

 IanAnderson

Ian Anderson deleitó a sus devotos

   Pocos artistas del rock clásico británico pueden ufanarse de generar una verdadera devoción y una adhesión sin reservas cada vez que pisan estas tierras, como ese viejo zorro y verdadero “brujo” de la flauta traversa que es Ian Anderson, que regaló dos noches de magia con su estilo ecléctico en el teatro Gran Rex, el martes 17 y miércoles 18 de mayo.

     Esta vez el talentoso músico escocés le dio un descanso a  Jethro Tull – sin dudas, una de las bandas de mayor creatividad que haya dado el rock anglosajón en 40 años- pero a decir verdad, y sin menoscabo del virtuosismo de un -por ejemplo- Martín Barre (el guitarrista histórico) los músicos de los que se rodeó no estuvieron para nada divorciados del sello que Anderson y su banda le imprimieron a ese sonido donde pueden convivir el rock, el jazz, el country, el folklore inglés, la música medieval y hasta los matices barrocos y propios de la juglaría.

     En un marco sobrio pero festivo, donde una gran mayoría generacionalmente madura no impidió el acercamiento de inquietos “sub-30” , Ian Anderson desplegó su habitual histrionismo, con esos típicos saltos de duende, y sacándole a su flauta ese sonido tan clásico y personal.

     A veces pulsando con calidez casi renacentista una mandolina, o supliendo sus actuales limitaciones vocales con quiebres y cortes que disimulan ese desgaste con el oficio que dan los años.

      Y como, de algún modo, Jethro Tull no lo es del todo sin la presencia de Barre, Anderson tuvo la deferencia de no actuar bajo ese nombre, lo que sin embargo no lo privó de tener a su lado a cuatro músicos de excelencia: John O’Hara en teclados y acordeón, David Goodier en bajo y xilofón, Florian Ophale en guitarras ( el más joven de la banda, un virtuoso proveniente del heavy que sin embargo se adapta perfectamente al estilo de la banda) y el dúctil Scott Hammond en batería.

IanGrupo

      De todas formas, y más allá de algunos temas relacionados con su etapa solista, y por supuesto, menos conocidos, el show fue un verdadero muestrario de la obra más antológica de la añeja banda británica, con toques en algún momento más “hard” y en otros más liricos.

      Un inicio que “marcó la cancha” con “Living in the Past”, “A new day yesterday” y “Up on me”, y siguió con un homenaje a Bach, y algunas variaciones que concluyeron con el clásico y aclamado “Bourée”. Más adelante, llegó una buena parte de una de sus obras fundamentales como “Thick as a brick”, y tampoco faltó un tramo de “War Child”, otro de sus discos ícono.

     Mientras el sonido del acordeón le daba por momentos un toque de “taberna” antigua, la contundencia del bajo y los riffs metaleros de la guitarra fueron marcando un contrapunto impecable. Llegaron “Songs from the Wood”, “A change of horses”, “Hare in the wine cup”, y un final a todo trapo con tres gemas como “My God”, “Aqualung” – una versión muy diferente de la del disco, ya exhibida en su anterior visita, más climática pero igualmente maravillosa- y el inevitable bis con “Locomotive Breath”, que dejó a todos aplaudiendo de pie y sintiendo que habían estado en una fiesta con un viejo amigo.

       Si hubiera que hacerle un pequeño tirón de orejas a ese gran creador que es Ian Anderson, sería que, siendo un hombre tan locuaz y con ganas de expresarse ante su público es una pena que no hable castellano. Quizás muchos más podrían así disfrutar no sólo de su música sino de sus irónicas referencias y su gracia para desplegar sus bromas y sus reflexiones.  

                                



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